PRÓLOGO: COMIENZA EL INTERROGATORIO
El
doctor Saavedra mira mis movimientos con gesto grave, yo como siempre le estoy
ignorando. A mi amigo y a mí nos gusta
pasar de su geta y eso le mosquea un montón. Lo que mantiene mi curiosidad
atrapada ahora mismo es el tipo del traje, no le he visto nunca. Seguro que
está aquí porque quiere que le hable de mi amigo. Ambos personajes me miran, puedo
notar el odio en la mirada del doctor, seguro que está intentando asesinarme
con el poder oculto que esconde en sus pupilas, un superpoder que solo sabe
utilizar él. Pero no me dan miedo sus poderes de villano, solo temo que se
convierta en zombi y nos coma vivos.
El
señor del traje está leyendo con mucho interés mi historial, no sabía que
hubieran escrito un taco tan grande de folios sobre mí. Supongo que el de mi amigo
será el doble de gordo. El inspector (o lo que sea) levanta los ojos de su
lectura y pregunta algo que no ha entendido susurrándole al doctor .
Bendita Dietilamida, ¿Cuando me van a
sacar de aquí? El doctor le contesta señalando algunos puntos del folio que
tiene en la mano y Holmes asiente dando a entender así que ha comprendido lo
que le está diciendo. Luego los dos me miran y yo sonrío. Sé que ver la sonrisa
de un loco suele poner muy nerviosas a las personas de la calle, pero ellos
mantienen su aplomo, me sostienen la mirada e incluso el poli se toma la
licencia de devolverme la sonrisa. Esto me gusta cada vez más.
El
tipo del traje saca un pequeño aparato y lo pone sobre la mesa, yo alargó mi
mano con intención de tocarlo pero el doctor me la retira de un manotazo, está
visto que me tiene manía.
El
inspector pulsa una tecla del aparato.
Día uno / 07-02-1985 /12:07
Centro de rehabilitación de Toledo “Los santísimos estigmas”
Comienza la grabación audio
-Señor León de la Metrópolis. ¿Sabe por qué está
aquí?
Al
escuchar esa pregunta me he dado cuenta de que no he analizado el lugar en el
que estoy. Veamos… una mesa de aluminio…
una silla en la que me encuentro sentado… unos fluorescentes en el techo… otra silla
vacía… un espejo gigante en la pared de mi izquierda…un doctor que me mira mal... y un tío que
me está preguntando. No hay nada más.
-Pues
no, no sé por qué estoy aquí. ¿Puedo irme al patio a jugar?
-Me
temo que primero va a tener que contestar a unas preguntas- dice el tipejo del
traje sentándose en la silla vacía.
-¡Me
encantan las preguntas! Dispara.
-Su
amigo… el paciente…-comienza a hablar buscando el nombre de mi amigo en su
informe.
-¡No
digas su nombre!-me inclino hacia mi interrogante y digo muy muy bajito:- El
nombre de mi amigo es secreto. Puedes llamarle el Paciente X. Queda cutre, pero
es lo primero que se me ha ocurrido. Aquí le llamamos…
-El
iluminado-completa Saavedra con un suspiro de burla y fastidio.
-Exacto,
el iluminado. Pero como es tú incógnita, señor detective, llámalo Paciente X
-remató yo.
-Vale,
háblame del incidente en el que el Paciente X y usted se vieron involucrados la
tarde del 23 de enero.
-Lo
recuerdo como si fuera ayer, era una tarde fría como todas las de enero, pero
esta era especial. Mi amigo y yo habíamos tomado una feliz decisión, inconscientes
del final que nos esperaba. ¿Conoces el paseo del Tránsito? Está saliendo del caso antiguo de esta ciudad. Pues bien,
en ese parque hay un miradero con unas excelentes vistas del valle y del sucio
río Tajo. Una de las piedras que sobresale del “acantilado” sobre el que se
sostiene el miradero se llama la roca Tarpeya. Dícese de tal pedrusco que por él se tiraban
al río a una parte de los condenados en la época de los romanos. Esa tarde mi amigo y yo nos vimos relacionados con esa piedra…
Los turistas
se arremolinaban en la barandilla del miradero y miraban en dirección al río.
Dos personas andaban por una roca que sobresalía en la falda del valle a unos
pocos metros más abajo del paseo del tránsito. El día estaba llegando a su fin y
las últimas luces del anaranjado sol se escondían detrás de las montañas. La
niebla comenzaba a aparecer desde el caudal del río con el frío de la noche y dejaba borrosas las figuras humanas que tanta atención atraían.
Pocos
de los turistas sabían que la piedra que estaban mirando tenía nombre y que
ocultaba una tétrica historia. Mirar esa
roca es similar a mirar una horca.
La
gente observaba aterrorizada a los individuos, pero ninguno apartaba la vista del
peligroso espectáculo, seguro que más de uno deseaba ver a esos individuos
despeñándose ladera abajo hasta hundirse en el agua. Los que tuvieran el gusto
de ver la carnicería no se quedaron con las ganas. Los dos saltaron y después
de golpearse varías veces se perdieron de vista en las profundidades del agua.
Para
cuando la policía llegó los dos chicos llevaban desaparecidos más de 15
minutos. Nadie esperaba volver a verlos con vida.
Al
amanecer del día siguiente, cuando se reanudó la búsqueda después de una fría
noche ambos fueron encontrados en el viejo embarcadero echando de comer a los
patos. La noticia corrió de boca en boca como la pólvora durante semanas. Los
dos desdichados no recordaban nada de lo que había pasado…
El
inspector interrumpe de repente mi relato. ¡No tiene ningún respeto!
-Esa
no es la historia que quiero oír, quiero que me cuentes…
-¡Silencio! ¿Puedo continuar?
El inspector
tuerce el gesto en una mueca de fastidio y me da permiso para continuar
hablando con un ademán de su mano.
-Nos
sometieron a un mogollón de pruebas médicas y determinaron que estábamos locos. Después nos internaron
aquí a mi amigo y a mí para nuestra rehabilitación. Y esa
es la historia del incidente de la tarde del 23 de enero de 1981. ¿Puedo irme a
jugar?
-Me
parece que no me he explicado bien, lo que yo quiero que me cuente es el
incidente de este año, quiero el incidente
de la tarde del 23 de enero de 1985 y también quiero saber qué relación tiene
eso con el día 28 de febrero- explica el señor detective-. Estoy aquí para saber la verdad. Y espero que
sepas que es de vital importancia para nosotros saber todo sobre lo que pasó
ese día.
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