viernes, 22 de febrero de 2013

La historia de mi mejor amigo (3)


3-EL ILUMINADO

               (Parece que si no se lo cuento este tipo no me va a dejar en paz. Será mejor que le perdone para poder largarme de aquí.
                -No voy a permitir que vuelvas a interrumpirme. ¿Lo entiendes?
                -Alto y claro-me confirma el detective.
                Me aclaro la garganta y me preparo para continuar por donde me había quedado.)

...

                -Tardaron un mes en meternos aquí, fueron unos días de pruebas médicas muy divertidos. Recuerdo que varios médicos dimitieron por nuestra culpa.
                Me gusta decir que fueron unos días cuando en realidad fue más de un mes (del 23 de enero al 28 de febrero del 1981). Se pasaron muy rápidos, así que mi amigo y yo nos los tomamos como unos días de vacaciones. En aquella bella época disfrutamos mucho con nuestro querido Saavedra. Él fue uno de los principales incitadores de nuestro encarcelamiento en este maravillosísimo hotel de siete estrellas.
                -Nadie dimitió. Solo abandonaron vuestro caso-protesta Saavedra con superioridad.
                -Todos se fueron menos usted. Vuestra meced siempre creyó  en nosotros y en nuestra locura y eso para nosotros significa mucho. Gracias -agradezco yo.
                -¿Puedes… continuar con tu historia? Por favor -pide el detective bostezando.
                Me rasco la nuca y vuelvo a hablar:
                -Tienes razón, no debería irme tanto por las ramas. Continúo: Como iba diciendo nos metieron aquí el 28 de febrero. Eran las 21:43 de una noche cerrada. Lo recuerdo como si hubiera pasado ayer…
                Los pasillos del manicomio estaban en la penumbra. Al final del largo corredor parpadeaba una bombilla de luz anaranjada. Unos rallos de luna se deslizaban como cuchillas por una de las ventanas.
                A esa hora todo el edificio estaba sumido en su rutinal sueño. Los locos nos acostamos a las 21:00, a esa hora tiene que haber silencio absoluto. 
                El médico de guardia nos escoltaba hacia nuestra habitación. Nos miraba asustado, debía ser su primera noche de cuidador de maniatados y por eso le habían hecho la jugarreta de dejarle solo con dos dementes. Mi amigo y yo comentábamos todo  lo que veíamos y reíamos en voz alta y eso ponía los pelos de punta a nuestro carcelero que se esforzaba por no mostrar su miedo.
                Nos subió a la segunda planta y comenzamos a recorrer otro largo pasillo. A derecha e izquierda estaban las habitaciones-celdas de nuestros futuros compañeros. El médico miraba en todas las direcciones, temeroso de que alguien saliera de la oscuridad y acabara con su vida. Nosotros no le preocupábamos mucho, la camisa de fuerza que nos aprisionaba y su barra electrificada le protegían de nuestra locura. Creo que lo que más asustaba a ese hombrecillo era el lugar y haber leído demasiadas historias de miedo.
                Al final del pasillo había más escaleras. Peldaño a peldaño llegamos a la tercera y última planta. Otro corredor mortalmente oscuro flanqueado de “habitaceldas”. Ahora temblaba nuestro acompañante. Hacía frio, claro, como en todas las noches de febrero. Nuestro aliento salía en forma de vaho.
                -Quiero mear-soltó mi amigo.
                El médico intentó no sorprenderse, seguramente se repetía todo lo que había aprendido en la academia de loqueros para controlar una situación como aquella. Decidió no responder.
                -Me meo-insistió.
                -Mi amigo se mea- reforcé.
                -Podrán descargar en su habitación, está al fondo del pasillo.
                -¿Cuál es nuestra habitación?-pregunté
                -La 321-respondió el médico.
                -No me gusta, cámbiamela- exigió amenazante mi amigo.
                El loquero se sorprendió por la rudeza de mi amigo e informo, reforzando su asustada voz con un pequeño timbre de autoridad:
                -No se puede.
                -No me gusta el numero 3, quiero otra habitación-insistió mi amigo.
                A nuestra derecha estaba la habitación 316 a mi izquierda la 317, ahora la 318 a mi derecha y a la izquierda la 319… El médico aceleraba el paso para llegar rápidamente a nuestros aposentos y poder largarse de allí.
                -Todas las habitaciones de este piso tienen como primer número el 3, este indica el número del piso-informó el custodiador.
                -Pues llévame al segundo ya. No pienso entrar en ninguna sala que tenga el número 3-repite mi amigo.
                320 a la derecha, como todas las pares y 321 a la izquierda, como todas las impares. Nuestra nueva casa. Nuestro asustado anfitrión sacó su manojo de llaves y la abrió. Después nos indico que entráramos con un movimiento de manos.
                -¿Te gustan los espectáculos?-preguntó a bocajarro mi amigo.
                El doctor abrió la boca anonadado:
                -¿Per..perdona?
                -¡Contemplad al gran Houdini!-gritó mi amigo.
                Lo que sucedió a continuación hizo que nuestro novato perdiera los nervios y comenzara a gritar. Mi amigo se libró de un rápido movimiento de su camisa de fuerza quedándose con el torso desnudo y la tiró al suelo. Alzó las manos pidiendo aplausos a un público imaginario. Yo hubiera aplaudido si hubiera tenido las manos libres.
                El nuevo Hudini cogió a nuestro acompañante, le arrebató el manojo de llaves y lo empujó al interior de la 321.  El médico cayó de culo y contempló desalentado como era encerrado en la celda de sus prisioneros. Después de echar la llave mi amigo me sonrió y me hizo una tentadora oferta:
                -¡Vamos a saludar a nuestros nuevos amigos!
                Y abrimos las 24 celdas del tercer piso, sin contar la 321, por supuesto. Una a una. Todos nuestros compañero estaban durmiendo y ninguno se percató de nuestros actos.
                -Es la hora del espectáculo-me susurró cuando todo estaba abierto.
                Fuimos al cuadro de mandos  que estaban al fondo del pasillo, junto a la puerta emergencia y comenzó la fiesta con las primeras voces de mi amigo:
                -¡Ciudadanos del tercero, locos y cuerdos! ¡Desde los más profundo del valle de la maniataded les presento una presentación inaudita e insabora! -los ingresados comenzaron a salir de sus habitaciones, algunos llevan camisa de fuerzas y otros iban en pijama de cuadros, los que no salieron fue porque la medicación se lo impedía-. ¡Es un placer para mí presentarles a mi gran amigo en la demencia, el único, el inigualable, el indiscutible, el adorador de los nachos con queso que tanto cuesta encontrar en este país: LEÓN DE LA METROPOLIS!
                Una parte de los locos aplaudieron escandalosamente con vítores la presentación que mi amigo me hizo. Después pasó a auto presentarse:
                -¡¡¡Y sin más dilación, querido público, me presento!!! ¡¡¡Venido de uno de los pueblos más profundos de Toledo, el tres veces único, el cuatro veces inigualable, al que si le discutes eres condenado a quitar los percebes del Titanic, el devorador de las bibliotecas…
                Una mirada de mi amigo y ya sabía lo que tenía que hacer, mordí la palanca que encendía los flexos del techo (por que no tenía manos, claro) y la baje.
                El primer flexo que se encendió era el que estaba al fondo del pasillo. Luego se alumbró el que le seguía a continuación el siguiente. Todos los espectadores levantaron la cabeza y contemplaron como los flexos se iluminaban y se dirigían hacia mi amigo. Solo quedaban tres sin encender. Dos. ¡Uno! Todo el pasillo quedó iluminado. En el techo, encima de la cabeza de mi compañero había otra bombilla de luz naranja, junto con el final del tubo del gas. La encendí. Está parpadeo varias veces y después aguantó encendida unos segundos antes de reventar. Los cristalitos cayeron encima de nosotros dos. Todos guardaron silencio. Contuvieron la respiración hasta que mi amigo levanto las manos pidiendo una ovación. Los que tenían las manos libres aplaudieron desgarradamente, los apresados con las camisas saltaron de alegría. Uno de ellos nos señaló y gritó refiriéndose a mi amigo:
                -¡Él es el nuevo elegido! ¡¡¡Es… es… EL  ILUMINDADOOOOOOO!!!
                -¡EL ILUMINADO! -aclamaron todos al unísono mientras algunos se postraban en el suelo.
                Por las escaleras subía un comité de médicos. Un maniatado gritó de terror:
                -¡Que vienen los romanos!
                Nadie le prestó atención hasta que otro clamó:
                -¡Los batasblancas!
                Entonces todos se apresuraron a encerrarse en sus celdas y a meterse en sus camitas. Cuando los médicos llegaron solo estábamos mi amigo y yo al final del pasillo.
               
                Holmes, termina de escuchar mi relato. Parece que ya ha aprendido a respetarme. Toma aire y pregunta:
                -¿Y… esa es la historia de porque a tu amigo le llaman el Iluminado?
                Saavedra suspira.
                -Así es-respondo educadamente.
                -Supongo que os tocaría algún castigo por esa actuación a deshora… ¿Me equivoco?-inquiere mi segundo detective favorito.
                -Pues ya que te refieres a ello te diré que sí. Fue algo muy interesante y la primera vez que nos enfrentamos con Saavedra desde nuestro ingreso… Te lo contaré ahora mismo, no sufras.
                El detective y Saavedra suspiran. Saben que las historias del 23 de enero y el 28 de febrero van a tener que esperar en pos de un relato más importante. 


Día uno / 07-02-1985 /13:02
Centro de rehabilitación de Toledo “Los santísimos estigmas”
Quedan 21 para el 28 de febrero
Continúa la grabación audio
...
Continuará


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