lunes, 25 de febrero de 2013

La historia de mi mejor amigo (5)


5-BAJO UNA INQUEBRANTABLE NORMA

             (No me gusta estar solo, es demasiado aburrido estar hablando conmigo mismo. Tengo que reconocer que me gusta contarle mi vida a Saavedra, es muy divertido jugar con él, casi igual de entretenido que fastidiar a Saavedra. No saben nada de lo que pasa aquí no tienen ni idea del alcance de esta situación. Minuto a minuto la cosa se pone más interesante.)


...
              
                La parejita vuelve a entrar en la sala de interrogatorio. Les abro los brazos en señal de bienvenida.
                -¿Ya terminaron de hacer manitas?- pregunto maliciosamente.
                El detective ignora mi comentario sarcástico y me apremia a continuar relatando:
                -Ibas a contarnos lo que paso después del jaleo nocturno.
                -Si, iba a hacerlo… antes de que me interrumpierais. ¿Se me permite continuar o van a volver a dejarme de sujeta velas aquí solo?
                Empiezo a sospechar que esos dos tienen un lio del que no estoy enterado.
                -Continúa por favor-me pide García.
                -La siguiente historia Saavedra se la conoce muy bien-y retomo el hilo de mi historia:
                Los médicos que subieron a la tercera planta alertados por la fiestecilla improvisada se nos echaron encima y nos bloquearon. Otros se apresuraron a cerrar las puertas y a meter en su habitación a los curiosos que todavía quedaban fuera. No volvimos a ver a el  guardia que encerramos en la 321.
                Nos bajaron al despacho del director, que está en la segunda planta.
                Para el centro médico aquella situación era de alarma, no les gustaba tener a los locos correteando por la instalación a su gusto, ni les alegraba tener a un tipo capaz de librarse a su gusto de una camisa de fuerza.
                El director estaba de guardia también así que no se había ido a su casa aquella noche. Llamaron a la puerta y en el interior del despacho se escuchó movimiento. El sonido de  una puerta abrirse y luego algo muy pesado que se arrastraba por el suelo llegó a nuestro odios. Después el directo salió a fuera con aire somnoliento.
                -Director Saavedra, disculpe la molestia, pero hay un problema que requiere su atención-dijo uno de los médicos señalando a mi amigo y a mí.
                -¡Buenas noches dire!-Saludó mi amigo con sus manos libres.
                Saavedra es un hombre muy trabajador, ocupa el mismo cargo de todos los médicos y además dirige todo el manicomio. Está hecho todo un hombre de negocios.
                Nos miro sorprendido a ambos, pero su atención se centró en mi amigo que estaba sin su uniforme aprisionador.
                -¿Qué hacen estos dos aquí?-preguntó enfadado.
                -Han encabezado una revuelta en la tercera sección- informan los médicos.
                -¿Y ese que hace sin la camisa de fuerza?
                -Permítame contestar a esa pregunta. ¿Me permite?-se ofreció gentilmente mi amigo.
                -Adelante-concedió Saavedra asesinándole con la mirada.
                -Tú no sabes lo…-dijo mi amigo antes de ser interrumpido por Saavedra.
                -Usted.
                Mi amigo le miró sin entender ese bisílabo e increpó:
                -¿Cómo?
                -Que me trate de usted-exigió el director
                -Ah, sí. Perdone usted. Usted no sabe lo molestas que son esas prendas, por eso me la quite su señoría.
                -¿Qué se la quitó? ¿Cómo fue eso?-inquiere fulminante Saavedra a los médicos que estaban allí presentes.
                -No lo sabemos señor, le encontramos así.
                El jefe suspira, estaba muy enfadado. Vuelve a la carga:
                -Pónganle otra ahora mismo. ¿Quién estaba cuidándoles?
                Uno de los esbirros se fue raudo y veloz a buscar otra camisa.
                -Estaba de turno Antonio Zamora. No sabemos dónde está ahora-contesta uno.
                -¡¿Dejaron a un novato solo con esos dos?! ¿Quién compartía el turno con él?
                -Yo, señor- dijo un batablanca cabizbajo dando un paso al frente.
                -Maldito desgraciado, ¿por qué no le acompañó?
                -Yo… Verás señor…
                -No me importa, quedas despedido. ¡¿Dónde está esa camisa de fuerza?!
                El médico que se había ido hacía apenas medio minuto volvía corriendo con la camisa en alto.
                -Aquí la traigo señor.
                -Póngansela y cuando lo hagan háganlos pasar a mi despacho.
                Dicho eso, Saavedra entró en su morada y cerró la puerta de un portazo.
               
                Minutos después comenzó nuestra primera reunión en calidad de locos con Saavedra. Estábamos solos con él.
                -Sabía que nos causaríais problemas-comenzó diciendo.
                Mi amigo sonríe de oreja a oreja, la camisa de fuerza que le han puesto le hacen parecer más loco de lo que está. Suelta una carcajada de orgullo y dice:
                -Me complace saber que usted tenía tantas esperanzas en nosotros.
                Saavedra se levantó de su butaca y comenzó a caminar por la habitación. Nosotros le seguíamos con la mirada y él hablaba sin mirarnos:
                -Esto no quedará así, no he luchado tanto para caer tan fácilmente. Sabéis lo que os jugáis.
                -Y usted también sabe lo que se juega- dijo mi amigo señalando con la cabeza a una de las muchas estanterías de la sala.
                El director transmutó sus facciones en un gesto duro y malévolo, su voz sonó diferente cuando dijo:
                -Siento decirle que no le comprendo, usted está  loco y su palabra no tiene valor para mí ni para ninguno de los que trabajan aquí. Has perdido, ya puedes ir rindiéndote.
                Alguien llamó desde el exterior. Saavedra le dio permiso para entrar. Un medico soñoliento entró y se dispuso a informar:
                -Hemos encontrado a Antonio, estaba encerrado en la 321. Cuando le pusimos la camisa de fuerza a este individuo descubrimos que tenía un manojo de llaves, de alguna forma se las quitaron y consiguieron encerrar a Antonio. Es todo cuanto sabemos.
                Saavedra cambió su voz de nuevo, ahora sonaba con autoridad:            
                -No volveré a tolerar este tipo de actitud por parte de ustedes. Aquí vivimos bajo una inquebrantable norma. ¿Me oyen?
                -Alto y claro general-responde mi amigo.
                -Por lo pronto están castigados, mañana les informaré de su pena.
                Mi amigo se queja.
                -Venga hombre, el primer delito sale siempre gratis.
                -Pónganlos en habitaciones separadas, ¿cuáles quedan libres en la tercera?-continúa Saavedra omitiendo las quejas de mi amigo.
                -321, que es doble y 323, que es triple. Ambas no tienen ningún ocupante-informa el médico casi sin pensarlo.
                -Muy bien, metan a cada uno en una de esas.
                -Se lo dije antes al señor… Antonio, no pienso meterme en ninguna habitación con el numero tres-protesta mi amigo.
                Saavedra sonríe y se dirige al médico recién llegado:
                -Metan ha ese señor en la 323.
                -No pienso entrar en ninguna habitación con el numero tres-vuelve a quejarse mi amigo.
                -Escúchame, si hubiera en este edificio alguna habitación con el número 333 ten por seguro que esa habitación sería la tuya, aunque tuviera que sacar de ella al mismísimo Satanás. Y ahora llévenselos, no quiero verlos más esta noche. -y añadió en un susurro inaudible cogiendo a mi amigo del hombro-: ten cuidado con lo que dices, esto no ha hecho más que empezar.
                Claro que no había hecho más que empezar, cuando salimos de aquel despacho deslice la lengua por mi paladar y jugueteé con la lleve que tenía en el interior de mi boca. Iba a ser una noche muy larga. Si querían guerra tendrían la de maratón.

...
Continuará

#Lhdmma

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