No era la
primera vez que desgarraba los pétalos de mi mente pensando si me quería o no
me quería. Pero ¿cómo iba a saberlo? ¿Es acaso el amor un sentimiento que se puede demostrar
empíricamente? quiero decir: ¿Es un sentimiento matemático que se puede
demostrar de la misma manera que se demostró que la tierra era redonda por muy
absurdo que parezca? No, el amor no es una ciencia exacta o al menos no se ha
descubierto la manera de explicarlo o medirlo. Solo se sabe que esta ahí. Nadie
niega su existencia por que todos conocemos sus efectos, incluso creo que los
más desdichados de este mal repartido mundo habrán sentido alguna vez la
caricia del amor.
Una vez
demostrada la existencia del amor me disponía a averiguar si este sentimiento existiría
en la persona que deseaba cada vez que me miraba. Este era otro dilema al que
jamás conseguiría dar respuesta, al menos sin preguntárselo a ella. Pero por
qué tengo miedo de preguntárselo. No tengo nada que perder, no soy rico, poseo
unas tierras miserables… ¿Qué daño me podría causar que me negara el amor? Aun
así siempre queda la duda que te impide dar un pequeño paso que puede ser el
principio de un gran camino o un tropiezo que te deje hecho polvo.
Me mantenía
encerrado en mi burbuja filosófica que me aislaba del mundo cuando llegué a la
plaza del pueblo. Al ver la plaza atestada de gente mi microcosmos reventó
y la explosión me trajo de nuevo a la
realidad.
Me puse de
puntillas para observar por encima de las cabezas y descubrí lo que atraía la
atención de todos: en medio de la muchedumbre se alzaba una funesta maravilla
ingeniada por las mentes más depravadas de este mundo, un puente entre el
infierno y la tierra: una horca. Un hombre con la cabeza agachada era conducido
por un verdugo hacia el patíbulo. Intente centrar mejor mis ojos y me pareció
vislumbrar como por las mejillas del condenado corrían gruesos lagrimones.
Aquel desdichado individuo estaba gastando los últimos momentos de su vida
llorando. A lo mejor pensaba que sus lágrimas conseguirían apagar las ardientes
ansias de sangre del pueblo, a lo mejor pensaba en el crimen que había cometido
y se arrepentía, a lo mejor lloraba por su inocencia rebajada a culpabilidad en
un mal juicio, a lo me… Entonces me di cuenta, ¿Quién sabría alguna vez lo que
aquel hombre estaba pensando? Nadie, es algo que nunca sabremos. Nunca
conoceremos los últimos pensamientos de alguien que esté apunto de cruzar el
umbral de la muerte y no serviría de nada hacer conjeturas sobre ello por que
nunca se podrían demostrar. Abandone corriendo la plaza y me dirigí a buscar la
respuesta al dilema de mi amor. Me iba a declarar e iba a dejar de desgarrarme
los sesos pensando en posibles respuestas. Quería la respuesta real y no una
divagación mental.
No estaba
muy lejos de la plaza cuando el pueblo rompió súbitamente el silencio y lo
cambio por gritos de júbilo. Acababan de saciar su sed de sangre.
Jacob Sánchez Vallejo-González
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