domingo, 23 de septiembre de 2012

LO QUE PASA POR LA CABEZA ANTES DE MORIR Y OTRAS COSAS QUE NUNCA SABREMOS:


            No era la primera vez que desgarraba los pétalos de mi mente pensando si me quería o no me quería. Pero  ¿cómo iba a saberlo? ¿Es acaso el amor un sentimiento que se puede demostrar empíricamente? quiero decir: ¿Es un sentimiento matemático que se puede demostrar de la misma manera que se demostró que la tierra era redonda por muy absurdo que parezca? No, el amor no es una ciencia exacta o al menos no se ha descubierto la manera de explicarlo o medirlo. Solo se sabe que esta ahí. Nadie niega su existencia por que todos conocemos sus efectos, incluso creo que los más desdichados de este mal repartido mundo habrán sentido alguna vez la caricia del amor.
            Una vez demostrada la existencia del amor me disponía a averiguar si este sentimiento existiría en la persona que deseaba cada vez que me miraba. Este era otro dilema al que jamás conseguiría dar respuesta, al menos sin preguntárselo a ella. Pero por qué tengo miedo de preguntárselo. No tengo nada que perder, no soy rico, poseo unas tierras miserables… ¿Qué daño me podría causar que me negara el amor? Aun así siempre queda la duda que te impide dar un pequeño paso que puede ser el principio de un gran camino o un tropiezo que te deje hecho polvo.
            Me mantenía encerrado en mi burbuja filosófica que me aislaba del mundo cuando llegué a la plaza del pueblo. Al ver la plaza atestada de gente mi microcosmos reventó y  la explosión me trajo de nuevo a la realidad.
            Me puse de puntillas para observar por encima de las cabezas y descubrí lo que atraía la atención de todos: en medio de la muchedumbre se alzaba una funesta maravilla ingeniada por las mentes más depravadas de este mundo, un puente entre el infierno y la tierra: una horca. Un hombre con la cabeza agachada era conducido por un verdugo hacia el patíbulo. Intente centrar mejor mis ojos y me pareció vislumbrar como por las mejillas del condenado corrían gruesos lagrimones. Aquel desdichado individuo estaba gastando los últimos momentos de su vida llorando. A lo mejor pensaba que sus lágrimas conseguirían apagar las ardientes ansias de sangre del pueblo, a lo mejor pensaba en el crimen que había cometido y se arrepentía, a lo mejor lloraba por su inocencia rebajada a culpabilidad en un mal juicio, a lo me… Entonces me di cuenta, ¿Quién sabría alguna vez lo que aquel hombre estaba pensando? Nadie, es algo que nunca sabremos. Nunca conoceremos los últimos pensamientos de alguien que esté apunto de cruzar el umbral de la muerte y no serviría de nada hacer conjeturas sobre ello por que nunca se podrían demostrar. Abandone corriendo la plaza y me dirigí a buscar la respuesta al dilema de mi amor. Me iba a declarar e iba a dejar de desgarrarme los sesos pensando en posibles respuestas. Quería la respuesta real y no una divagación mental.
            No estaba muy lejos de la plaza cuando el pueblo rompió súbitamente el silencio y lo cambio por gritos de júbilo. Acababan de saciar su sed de sangre.

Jacob Sánchez Vallejo-González

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